jueves, 30 de marzo de 2017

Zomba, Prisión de Máxima Seguridad

Zomba Prision Band

Nos han concedido  una visita a la prisión de máxima seguridad de Malawi, Zomba. Hemos de avisar al llegar, previsto sobre la hora de la comida. Tenemos 5-6 horas de viaje, hace calor en esta mañana, paramos para hidratarnos con agua de coco. El coche también parece deshidratado, no quiere arrancar, o quizás no quiera ir a una prisión.

Nunca había tenido intención de visitar una cárcel, y en mi cabeza la palabra se asocia con imágenes e historias de la gran pantalla, oscuros y temidos lugares donde reclusos planean ingeniosas y arriesgadas escapadas, donde las internas llevan el ámbito carcelario al terreno de lo femenino, lugares de los que todos quieren salir pero a los que todos parecen “enganchados”.

Nuestro objetivo es conocer a la banda de música formada por reclusos y guardias de la prisión de Zomba, un año después de su nominación a un Grammy. Son las 12:30, hacemos la llamada pertinente desde la comodidad de un fast food cercano, y para nuestra sorpresa el director nos comunica que ya no va a ser posible, que nos esperaban por la mañana. Shock. Caras de incomprensión. Devline, nuestro compañero local, dice, “es una excusa”. Respiramos, pensamos, pasamos al ataque infalible de la insistencia educada. Permiso re-concedido. Respiramos de nuevo.

Atravesamos con el coche una verja principal, que el guardia abre sin preguntar, y de repente estamos frente a una doble puerta de la que entran y salen indistintamente personas, guardias, reclusos y personas. Todos nos miran, nos sonríen y nos saludan, didi bwino?  Y respondemos, zikomo kwambiri, didi bwino? Muy bien gracias, ¿y usted?  Estamos dentro de la prisión, así sin más, sin preguntas, sin registros, sin confiscar nuestros bienes. Aún así, siento la prudencia de resguardar mi cámara de miradas furtivas, la paradoja de la fotografía, al fin y al cabo estamos hablando de máxima seguridad. 

Nos llevan a la oficina del warden, pequeño, menudo, cara de gracioso y de pocos amigos, educado. Nos acompaña Mr. Bina, el líder de la banda, guardia de la prisión cercano al retiro. En medio de la muy educada y protocolaria reunión de 15 minutos, ha llegado la electricidad, afortunadas nosotras, la banda podrá tocar. Vamos a su encuentro.
¿Ladrón, asesino, traficante?
Los reclusos de blanco y los guardias de color militar, todos nos observan interesados, curiosos, expectantes, algunos entusiasmados, otros recelosos. Romper el hielo lleva el tiempo que llevan las cosas en el continente Africano, el necesario.  Mi cámara comienza a interactuar con los diferentes componentes de la banda, y mientras se dispara poco a poco voy descubriendo brillos, sonrisas, inquietudes, timidez, desconfianza… De repente me acuerdo que estoy en una cárcel de máxima seguridad donde no registran a nadie, interactuando tranquilamente con los reclusos, algunos condenados a terminar sus días allí. Algunos encerrados por asesinato. Pero yo no siento inseguridad alguna. Sólo siento la onda que generan sus acordes musicales y la cómplice e inesperada relación entre guardas y reclusos.




Nuestra visita está confinada al territorio donde se desarrollan las actividades de oficio de la cárcel, entre ellas la de la banda de música. El calor y la música comienzan a sacar sonrisas y a relajar posturas. Se anima la banda. Nos explican sus letras, basadas en sus experiencias en la cárcel, sus reflexiones, arrepentimientos, sus sueños. La banda es uno de esos sueños, sus canciones hablan de cómo la música les ha transformado. A reclusos y a guardias. Nunca pensaron que lograrían una nominación. Son conscientes de que con eso no es suficiente, que su situación sigue siendo precaria, en una institución que tiene el triple de reclusos que la capacidad real, que es víctima de la corrupción, de la falta de presupuesto, del sistema. Al menos ahora con la banda tienen algo para disfrutar cada día, mientras confían en que su salto a la esfera mundial genere algo más de concienciación respecto a la situación de los reclusos en muchas cárceles del mundo.




miércoles, 18 de enero de 2017

La Niebla y los Gorilas



Niebla al amanecer, buen presagio. Camino al Parque Nacional de la Impenetrable Selva de Bwindi, Uganda. Objetivo, ver a los Gorilas "en la selva". 

Nos asignaron a la familia Bweza compuesta por 7 hembras, dos bebes de 6 y 9 meses y 2 machos Silverback, algo muy poco habitual. Ahora tocaba "penetrar la impenetrable" para llegar hasta el lugar adonde los Bweza habían decidido acampar aquella noche.

Con un guía y dos guardabosques armados como compañía, nuestra caminata comenzó con un fortuito encuentro con un joven paquidermo, razón por la cual los locales iban armados. Tuvimos que cambiar la ruta.


Hora y media más tarde, caminando entre ramas, hojas, raíces, más ramas y más raíces, llegamos hasta los Bweza. Podíamos compartir una hora con ellos. Escuchábamos su presencia pero no lográbamos verlos, estos gran primates aparecen de improvisto de entre entre las ramas y las hojas, que por cierto no paran de comer. 

Mi momento favorito, el primer encuentro de miradas con un Bweza. Una mezcla de intimidación, admiración y comprensión, empatía. Sus miradas son limpias, profundas, honestas, curiosas, amables e intensas. No hay que mostrar miedo, ni hablar alto, y si cargan contra nosotros no hay que correr... sólo son formas de marcar territorio... este era el briefing... no es lo mismo cuando tienes a uno enfrente mirándote directamente a los ojos, sin pestañear.




Los observamos y nos observan: saben cuántos somos, quiénes son los guías y lugareños y quién pisa esas tierras por primera vez. Nosotros nos dividimos entre el intercambio de señales y emociones con los Bweza, y la adaptación a un medio nada habitual.