viernes, 4 de octubre de 2013

Angola, primeras impresiones




Angola no entra por los ojos, al menos no por los míos...

Quizás imaginaban sabanas selváticas llenas de animales, caminos de arena roja salpicados de verdes frondosos de diversas tonalidades, agua, mucha agua, mujeres con trajes de colores y niños cargados a la espalda… Un poco de esto hay, pero lo primero que han visto mis ojos ha sido una capital gris, repleta de coches de lujo que luchan por colarse entre los 20 centímetros que hay entre uno y otro; mientras, un sinfín de vendedores ambulantes traen la tienda a los infernales atascos: espejos, alfombras, pinzas para la batería del coche, chanclas,…¡el colmo de la venta a domicilio móvil! 

Luanda parece llena de gente, de polvo, y de edificios construidos sin ánimo de embelesar y con prisas de llegar a manos de nadie, llena de casas abandonadas o nunca habitadas. Al otro lado, un nuevo y moderno paseo marítimo, orgullo de los locales, lleno de restaurantes de súper lujo y de palmeras, seguramente importadas de algún país, como todo lo que se vende y se compra aquí.



El encanto de Angola no se percibe a simple vista,… carreteras desiertas, casas pre-fabricadas abandonadas que no han podido usurpar el predominio de los tradicionales poblados de adobe. Paisajes desérticos, inhóspitos, cuasi encantados, como las estepas de Baobabs, que se dibujan en la distancia y cuentan historias legendarias que nadie parece recordar.  O los torrentes de agua en forma de cascadas, las de Kalandula, que ilustran un billete de la moneda local.



Escenas del día a día, plazas desiertas, calles sin árboles, mercados sin gente, sabanas sin animales. Dicen los angoleños que cebras, leones, elefantes, jirafas, monos,… todos huyeron con la guerra. ¿Porqué permanecer en un lugar donde todo se mataba y donde no quedaba comida para nadie?  Ellos lo hicieron, mujeres, hombres y niños que sobreviven, que intentan no mirar atrás. Pero las secuelas de guerra permanecen, en edificios, en personas mutiladas, en las minas que algunos intentan desenterrar…. y sobre todo en la costumbre muy arraigada en este pueblo de recibir ayuda. Más de 10 años de guerra muriendo de hambre y balas… pero no hay problema, ya llegamos nosotros, los occidentales, para hacerles ver la luz…




Y esa luz, no es más que una costumbre que hemos instaurado, españoles, portugueses, ingleses, franceses u holandeses, la costumbre de hacernos “imprescindibles”, de perpetuar la necesidad de ayuda, de inventarnos excusas para esa nueva colonización comercial que se camufla bajo la identidad de ayuda humanitaria o de ayuda al desarrollo, tanto da. El resultado: es mejor esperar a que te den lo ajeno, que buscar por cuenta propia.

China, Portugal, Noruega, EE.UU, España, todos tenemos intereses creados en los países del Sur, en Angola; posibles oportunidades de negocio que iluminan nuestros ojos ante las posibilidades de poder, ante las incontables oportunidades futuras de enriquecimiento, que sólo se dan en las sociedades donde está “todo por hacer”.  Sigo pensando que el cambio nunca vendrá de arriba, no es posible, ¿quién va a querer renunciar a esa posición privilegiada? ¿para quién? ¿por qué? ¿Para que otros los reemplacen…? Así somos, y así nos va,…

Mientras tanto, yo intento convencer a las mujeres angoleñas de que, aunque no traigo dinero para ellas, traigo algo que pienso es mejor: la posibilidad de que se valgan por sí mismas, de que rompan de una vez por todas con esa dependencia del “Big Father Extranjero”. Quiero convencerlas de que ellas solas pueden, poco a poco, con confianza y ganas… ¿lo conseguiré?